Dentro de la Medicina Basada en la Evidencia (MBE) se define la Evidencia Grado IV como aquella proveniente de documentos u opiniones de comités de expertos, experiencias clínicas de autoridades de prestigio o los estudios de series de casos. De este tipo de "evidencia" se extraen unas recomendaciones llamadas de Grado D, que se siguen sólo cuando no hay nada a lo que agarrarse (científicamente hablando).
Pero, ¿realmente se puede calificar al Nivel IV como Evidencia Científica de algún tipo?, ¿es éticamente correcto seguir una recomendación grado D aún cuando no existe un grado superior de evidencia?
En las próximas entradas dedicadas a este tema podremos sacar nuestras propias conclusiones, siendo quizá esto lo más indicado. Cada una de dichas entradas analizará alguno de los procesos cognitivos a través de los cuales "nuestra evidencia" se ve alejada de la "verdadera evidencia".
Numerosos estudios han demostrado que la percepción personal de los hechos es ilusoria en la gran mayoría de casos, que si no existe un grupo control comparativo nuestra noción de la realidad carece de dimensión y no es fiable, que en nuestra mente los casos favorables pesan más que los desfavorables, y que ante la incertidumbre toda una masa (o comité) puede dirigir sus conclusiones en una dirección errónea.
En definitiva: nuestro criterio como expertos en una materia podría valer poco más que el de un profano, o quizá menos si este último tiene el sentido común suficiente (recordemos el cuento de "El traje nuevo del Emperador" de HC Andersen).
Si eres un reputado especialista o el creador/difusor de una nueva técnica sin contrastar, quizá no creas nada de lo que acabas de leer o no quieras hacerlo. Sigue leyendo, la evidencia en sí misma debería poner tu mente en alerta contra tí mismo; tú ética profesional debería hacer el resto.
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